"Cada uno es dueño de su silencio y prisionero de sus palabras"

lunes, 16 de enero de 2012

A lo lejos...

Al abrir mis ojos en aquella cálida mañana de mayo, sabía que finalmente el día había llegado. La espera había sido larga, pero ni los fatigantes años, los pesados meses e insufribles días, eran si quiera eco en comparación a la agonía de las últimas horas que restaban por venir.
 
Recuerdo el brillo del sol entrando tímidamente por la ventana de mi habitación, acariciando cuanto objeto se encontraba posado en su camino, recorriendo ese recinto que parecía no dormir jamás, pero inundado por un profundo silencio casi característico de cada mañana. Desde el exterior se hacían cada vez más nítidos los sonidos de los vehículos, las voces  y el bullicio de esa ciudad que recién abría sus ojos, invitando a su encuentro una vez más. El aroma de las sábanas, el calor de esas pesadas mantas y el deseo de un baño caliente completaban la danza de sensaciones que daban a mis sentidos un fabuloso despertar.
 
El reloj comenzó a sonar, y el último vestigio de mis más hermosas fantasías oníricas finalmente desapareció de mi memoria, una jornada extensa aguardaba y no tenía interés alguno en hacerla esperar. El anhelado momento estaba cada vez más cerca.
 
Cada uno de los tortuosos segundos que se sucedieron fueron desapareciendo ante el hermoso recorrido que propiciaban mis recuerdos, llevándome inclusive a mi infancia, en aquella tarde de sábado donde te vi por primera vez, siendo uno de mis primeros recuerdos de niño, donde te contemplé sin emitir sonido alguno. Mis inocentes ojos se vieron maravillados al verte, mientras una emoción incontrolable se iba apoderando de mí, demostrándome que hasta la música misma parecía cobrar vida en tu presencia.
 
Los años, como las horas de aquel martes de mayo en dónde transcurre mi historia, develaban solo noches en vela que pasé observándote en silencio, disfrutándote sin necesidad de mediar palabras, sintiendo, viviendo y reinventando las emociones de las que me invitaste a formar parte.
 
Mucho tiempo transcurrió entre cada uno de nuestros encuentros donde solamente la memoria era suficiente para subsanar la falta; un sonido, una imagen y un recuerdo se vivían con emoción y alegría, así como aquella primera vez, con el tinte de ser siempre una nueva primera vez.
 
Las horas se redujeron a minutos y un sentimiento agridulce inundó mi pecho,  nuestro próximo y tan esperado encuentro sería, sin lugar a dudas, el último. Sin llegar a conocer los acontecimientos que decorarían nuestra noche, mi cabeza no pudo dejar de reparar hasta en el más pequeño detalle. Finalmente mis pasos me llevaron hasta esa habitación, la cual estaba a punto de brindarme el más hermoso de los espectáculos, donde solo pude dejarme llevar.
 
Ahí me encontraba, sentado, esperándote en silencio y con los mismos ojos con los que te vi aquella primera vez, dónde costaba diferenciar al adulto del niño, a las puertas de ese mundo maravilloso que nuevamente, y por última vez, me invitaba a soñar.
 
El reloj marcó las 22 y la habitación comenzó a oscurecerse a la vez que el bullicio desaparecía, como si la luz y el sonido te estuvieran recibiendo con una reverencia, donde tímidamente te di la bienvenida con una sonrisa. En ese momento, y durante las horas que compartimos, el mundo pareció detenerse y éramos solo tú y yo.
 
Como aquella primera vez, volví a contemplarte renovada, embellecida y sin poder expresarte ni una sola palabra, sin necesidad de generar una sola distracción que pudiera quitarme la incontrolable fascinación que me inundaba el pecho. No eran ni siquiera necesarias las palabras, mis ojos podrían haberte gritado por sí mismos.
 
Hubiera deseado que esos últimos minutos duraran para siempre, pero la hora de partir se acercaba y era el momento de decirnos adiós. Tal vez ni el más dulce de los sonetos te hubiera hecho la más mínima justicia en ese difícil momento, donde incontables pinceladas de felicidad y alegría intentaban esclarecer la oscuridad de mi alma, al igual que la de esa sala, que ahora se disponía a despedirte.
 
Recuerdo ponerme de pie con los ojos llenos de lágrimas, sonriendo, y aún sin decir una palabra, agradeciendo que el círculo finalmente estuviera completo y que el camino finalmente llegara a su fin.
 
Podría implorar ahora, tantos años después, que no te hubieras apartado jamás de mi vida, pero feliz de lo que compartimos y de que lo hicieras en el momento correcto. A veces deseamos que algo sea para siempre sin notar que todo tiene un principio y un final, olvidándonos de disfrutar lo que ocurre entre esos dos puntos, sin la capacidad de reconocer que lo ahí transcurrido era la historia que se deseaba contar, justa y perfecta.
 
Lento fue el camino de regreso a casa, con la alegría de haber formado parte de esa historia que una y otra vez volvía a revivir en mi cabeza, donde un principio y un fin lograron enmarcar un largo viaje que fue, en pocas palabras, simplemente perfecto.

lunes, 9 de enero de 2012

Amigo...

Cuantos días han pasado desde la última vez que escuché tu voz, desde la última vez que charlamos, desde la última vez en las que tus palabras cobijaron las mías.

Cuantos recuerdos supiste teñir de cálidos colores, cuantas veces supiste quebrar el silencio con las palabras adecuadas, cuantas veces supiste demostrarme que solo el silencio era lo adecuado.

Cuanto silencio…

Cuantos momentos son los que hoy siento como tuyos, y por dicha del destino terminaron simplemente siendo míos, cuantas palabras se han escurrido a través de las frágiles manos del tiempo, cuantos abrazos te ganaste y, al final, terminé conservando.

Cuanto agradezco los momentos en que estuviste presente, cuanto agradezco cada llamada, cada visita y cada encuentro, cuanto lamento no haber brindado todo aquello que, por derecho, era tuyo.

Cuanto tiempo te he debido estas palabras, cuantas veces te he debido simplemente las gracias.

Cuantas días te he dedicado una sonrisa, cuantos otros te has adueñado de mis recuerdos, cuantas vigilias han transcurrido en tu compañía, cuantas mañanas he deseado que nunca hubieras partido.

Cuantas veces he observado con nostalgia cada una de tus fotos, cuantas otras he vuelto a rememorar las atesoradas experiencias vividas.

Cuantos proyectos supimos construir, cuantas noches en vilo supimos compartir, cuantos amaneceres supimos disfrutar.

Cuantas ocasiones han brillado con tu presencia. Cuantas sonrisas, cuantos abrazos y cuantos reencuentros han llevado tu nombre.

Cuantas enseñanzas nos has dejado, cuanto otras nos seguís brindando hasta el día de hoy.

Cuanto de nuestro presente hemos relegado por un pasado, el cual supiste compartirlo con nosotros. Cuanto futuro estará acompañado por tu luz, por tu calor.

Cuantas despedidas hemos presenciado en tu nombre, cuantas veces te hemos dedicado todo, excepto un adiós.

Cuantas veces demostraste que, simplemente, nunca te fuiste…

Cuanto silencio… cuanta compañía…