"Cada uno es dueño de su silencio y prisionero de sus palabras"

jueves, 13 de junio de 2013

Decisiones

Decidir es…

Decidir es conocerse, y muchas otras tantas, olvidarse.  Es entrecerrar los ojos para ver un poco más allá, un poco paradójico, debería agregar aquí. Es acompañarse o simplemente dejarse llevar; es ese pequeño espacio que queda entre los brazos y el pecho. Es soledad y es compañía.

Decidir es un ticket de ida que muchas veces no incluye vuelta; no importa el valor del ticket y muchos menos las paradas. Tampoco cuentan los desvíos… o sí; otras tantas solo cuenta el destino…. o no. A veces también incluye la vuelta… aunque abierto, sin horario y sin asiento. El equipaje es lo que uno lleve consigo.

Decidir, muchas veces, también es contar una historia donde las palabras son prólogo, donde el lápiz garabatea desde el infantil dibujo hasta la más compleja de las analogías. Es también la tapa; las dedicatorias que hacemos, el índice y hasta el cajón donde muere… o la vidriera donde vive.

El decidir también es optar por la película repetida o la obra que aún no viste, es quien te acompaña, quien se ríe, quien llora, quien comenta y quien calla. Es hacer silencio y es gritar, aunque el resto de los espectadores lo consideren inapropiado. Es mirar con ojos abiertos, es ser valiente, es tener miedo y es estar decidido, aunque las mariposas en la panza te hagan creer lo contrario.

Decidir es un lugar ocupado por uno mismo, y solo por uno, aunque el ambiente quiera demostrarte otra cosa. Puede ser solitario, y puede ser vacío… por no deja de ser de uno.  Es animarse, es acarrear, es guardar y es soltar…. y todo a la vez. Es sacudirse y quitarse el frío, es también el calor del encuentro.

Es atreverse, es dar un paso  o simplemente quedarse en el lugar. Es saber ganar y también saber perder. Es intentar, es dejar pasar, es rendirse, es sentarse y también es volver a levantarse. Es fundirse en el otro y es fundirse con uno mismo. Es compromiso, es convicción, es vértigo. Es energía, es noche y es sueño. Son 5 minutos de vergonzosa valentía... a veces no son tanto. Es hacerse cargo, es hacerse grande.

Decidir “es”… quien decidió probarlo, lo sabe

lunes, 1 de abril de 2013

- Sin Título -

Rodeada por una densa oscuridad que invadía su habitación, Paula abrió violentamente sus ojos. No podía diferenciar si ese súbito despertar se debía a la estridente tormenta que azotaba su viejo edificio en medio de la inerte ciudad o si simplemente se trataba de aquella pesadilla recurrente que, noche tras noche, le desbordaba el alma.

Podía sentir el sudor frío sobre su espalda inmóvil, regalo de un cuerpo asustado que parecía haber olvidado el transitar de ese pesado invierno.  No era capaz de recordar ni los atardeceres del anterior verano, ni las suaves brisas del otoño que colaban hojas por la ventana,  solo chirridos,  estremecedores sonidos  y recortes entintados de papel colmados de angustia, como único atisbo de aquella repetitiva pesadilla, que entre despertar y despertar, parecía dejar marcadas en su piel.

Paula se encontraba otra vez sola, solo abrazada por la espesura de una oscura noche, interrumpida por los relámpagos que danzaban en medio de la tormenta y la luz de aquel viejo reloj, que marcaba ya las 4 AM.

-Ya es hora de que vuelva a casa -pensó Paula, quitándose lágrimas rezagadas con el puño de un viejo pijama de Pablo, el cual utilizaba como sustituto de aquella pareja ausente, y que tanta paz le daba durante las duras noches que de aquel gélido mes de Julio.

Pablo siempre volvía tarde, a pesar de las continuas promesas incumplidas de cambiar sus obligaciones para estar más tiempo en casa, y más aún en esas noches, donde las calles solitarias eran testigos de su vertiginoso deambular por la ciudad.

-Me da miedo que conduzcas tan tarde y tan rápido -se repetía constantemente, como si el eco de sus pensamientos la fueran a abstraer de aquella noche que, otra vez, la encontraba sola.

-Siempre me dices que sabes lo que haces, y sabes que yo confío en ti -replicó -solo me gustaría que estuvieras aquí.

Sus pensamientos acariciaron los rincones de cada habitación dentro de ese vacío recinto; fotografías, cuadros, libros, recortes y un balcón, como desgarrador llamado que pugnaba por ser escuchado, y que pedía con ansias mantener aquellos ojos abiertos esperando un retorno que parecía no llegar jamás, sin embargo, tampoco parecían hacer caso a esas suplicas, y nuevamente, volvían a cerrarse.

Silencio…

El reloj marcaba ya las 5 AM cuando la pesadilla volvió a imponerse sobre Paula; los chirridos emanaban cual herida abierta de cada una de las cuatro paredes que la rodeaban. Ni siquiera la tormenta tenía el ímpetu suficiente para ser escuchada esta vez, y aquel viejo papel entintado, sucio y vacío, parecía tener algún mensaje para dar.

Su corazón se aceleró, y en el pequeño espacio que existe entre la vigilia y el sueño, logró dilucidar un sonido que pareció diferente. Era la puerta, reconoció el  inconfundible sonido del robusto llavero que Pablo llevaba siempre consigo. Finalmente, él había llegado a casa.

-Él es predecible –pensó -siempre realizaba aquel viejo ritual cuando llegaba, parecían horas hasta que finalmente se acostara a mi lado.

Identificó el sonido de la puerta mientras se cerraba, utilizando aquel viejo pasador interior, que solo daba seguridad a quien no quisiera pensar en lo contrario. Revisó las ventanas, que estuvieran bien cerradas y no dejaran colarse ni el frío ni la lluvia.

Camino despacio por aquel viejo apartamento en penumbras, pateando cuanto objeto hubiera quedado desperdigado en ese pequeño campo de batalla -es como si tu silencio hiciera más ruido  -se repitió mientras sonreía  y conteniendo el aliento que más tarde arrojaría sobre su nuca.

Escuchó la heladera -él siempre se detenía por un vaso de jugo antes de llegar a la habitación -esta vez acompañado por el sonido de su ropa mojada mientras golpeaba el piso.

-Predecible -y volvió a sonreír.

Con cada uno de sus pasos, ni los nefastos sonidos, ni tampoco los empapados recortes, parecían tener la valentía suficiente para enfrentarlo.

Finalmente, Pablo se acostó. Sin mediar palabra, se acurruco a su lado mientras Paula lo abrazaba suavemente para quitarle los retoños del temible invierno que no eran bienvenidos en su hogar. La tormenta parecía ceder ahora, y fue despedida con un dulce beso que llamaba temerosamente al alba.

-Ya es hora de que vuelvas a casa -dijo Paula suavemente en su oído, mientras una tímida lágrima se dibujaba lentamente sobre su mejilla, para luego caer en aquella cama vacía, solo habitada por ella en un viejo piyama que permitía recordar el calor de aquel cuerpo que hacía tanto se había marchado.

La tormenta se alejaba ya, y el silencio de ese lúgubre lugar, que alguna vez fuera llamado hogar, se vio perpetrado por un llanto desconsolado, triste y apagado, que fue decorando fotografías, cuadros, libros, recortes y un balcón…

-Recortes, aún no se para que he guardado todavía esos recortes -pensó sollozando.

-Él era predecible, predecible hasta que no lo fuiste más -cerró sus ojos y volvió a dormir.

martes, 3 de abril de 2012

Flores en el camino...

Recuerdo que eran las casi las 7 de la tarde, Martes, yo corría de un lado a otro, para variar. Ese día abandonaba Ciudad Vieja y debía ocupar el tiempo suficiente, previo, a la siguiente obligación del día.

Hacía calor... mucho calor, el pretexto justo para hacer una escala obligada por mi casa, bañarme y volver a salir, pero no lo suficientemente extensa para que la pereza me invadiera y me impidiera continuar con el resto de las actividades que debía llevar a cabo.

Decidí caminar por 18 de Julio, y es necesario aclarar que no es de mi total agrado deambular por dicha avenida... o al menos hasta ese día. Estaba totalmente colmado de gente, como de costumbre, a esa hora en esa parte de la ciudad. 

Decidí colocarme los auriculares y caminar, escuchando una y otra vez la misma canción... una de mis tantas manías, debo confesar.

Recuerdo que entre repetición y repetición, me detuve a prestarle atención a la gente la cual cruzaba en mi camino,  me extrañó que no lo hubiera hecho antes. Es interesante lo que puede verse una tarde de jueves marzo...

Ojos grandes, abiertos, como los de un niño, caminando tan lento como podía, observando.. solo observando.

A lo largo del camino, las caras de aquellos que me cruzaban solo reflejaban espera, tal vez la espera del bus que los retorne al hogar, la de la buena noticia, o tal vez simplemente la del cambio, esa luz en el horizonte que nos brinda, finalmente, la alegría que el día aún no había entregado.

Solo vi 5 personas reír, a carcajadas, me pareció un poco triste.

Sin embargo, algo llamó mi atención duante aquel recorrido. Cerca de la plaza del Entrevero, en mitad de 18 de Julio, un chico se encontraba ansioso, una cuota de nerviosismo lo envolvía pero allí estaba, esperando, y en sus manos, un gran ramo de rosas. Que suerte!, pensé, sin duda alguien recibirá una sorpresa hoy. Esas rosas eran, tal vez, el único colorido que cambiaba el paisaje de aquella ciudad tan acelerada y tan gris.

Llegué a casa finalmente, me bañe, me cambié y volví a salir... la música no dejaba de sonar en el auricular.

Cuando volví a retomar 18 de Julio, algo nuevamente llamó mi atención... eran las rosas, otra vez las mismas rosas, las cuales habían abandonado el centro y se dirigían lentamente hacia el obelisco,  pero se encontraban en manos de alguien más: una chica, morocha, muy bonita y con una sonrisa que solo quería escapar de su rostro, a su lado... el mismo muchacho, también con una sonrisa, tal vez mayor que la de ella.

Caminaban despacio, uno muy cerca del otro, ella abrazada a las flores, por supuesto. Parecía que ni el ruido ni la muchedumbre les afectaba, mucho menos el tiempo, que sin lugar a dudas se había detenido para ellos.

Cualquiera de nosotros podríamos convertirnos en el chico ansioso de las rosas, supongo que otros tantos podríamos ser la chica que camina feliz por 18 de Julio... lo complicado de esta historia, son simplemente las rosas, que al final del día son los que nos roban la sonrisa...


sábado, 18 de febrero de 2012

Landscape

Despertar, caminar, respirar. Sentidos torpes, ojos entre abiertos, el cigarro, el mate y el amigo.

La ducha, el espejo, la mochila y el desgano.

La lectura, los lentes, las flores y el vaso de coca.

El silencio, que hermoso silencio.....

La música, las noticias, el saludo y las respuestas.

El paseo, los madrugadores, los comerciantes, los buses, el semáforo, el cruce, la plaza.

Los recuerdos, los deseos, las ilusiones y los objetivos.

El perfume en la ropa, los abrazos, los reencuentros, las despedidas y la caminata de la noche anterior...

Divagues repletos de sentimientos, condenados a un hilo conductor tan efímero como las horas que he dejado atrás, pero tan esperanzadoras como las que están por venir. Nunca me atrevería a perder la esperanza, es solo cuestión de barajar las oportunidades. 

domingo, 12 de febrero de 2012

The sound of silence

Ecos de silencios, la copa, el vino, la soledad y la noche.

Palabras desnudas, sueños, mar, un faro y una luz que marca el camino.

Finales escritos, caminos difusos, baldosas estrechas. Entre el ruido y la calma, entre el miedo y la paz, entre lo que fui y lo que seré.

El crujir de las maderas, el redoblar de la brisa contra la ventana y esperanzas cobijadas por oscuridad.

Voces apagadas, recuerdos, miradas, sonrisas y una canción...

Desde el más profundo de mis olvidos, una voz extinta me susurra al oído ¿me escuchas?
- Si, te escucho...

lunes, 16 de enero de 2012

A lo lejos...

Al abrir mis ojos en aquella cálida mañana de mayo, sabía que finalmente el día había llegado. La espera había sido larga, pero ni los fatigantes años, los pesados meses e insufribles días, eran si quiera eco en comparación a la agonía de las últimas horas que restaban por venir.
 
Recuerdo el brillo del sol entrando tímidamente por la ventana de mi habitación, acariciando cuanto objeto se encontraba posado en su camino, recorriendo ese recinto que parecía no dormir jamás, pero inundado por un profundo silencio casi característico de cada mañana. Desde el exterior se hacían cada vez más nítidos los sonidos de los vehículos, las voces  y el bullicio de esa ciudad que recién abría sus ojos, invitando a su encuentro una vez más. El aroma de las sábanas, el calor de esas pesadas mantas y el deseo de un baño caliente completaban la danza de sensaciones que daban a mis sentidos un fabuloso despertar.
 
El reloj comenzó a sonar, y el último vestigio de mis más hermosas fantasías oníricas finalmente desapareció de mi memoria, una jornada extensa aguardaba y no tenía interés alguno en hacerla esperar. El anhelado momento estaba cada vez más cerca.
 
Cada uno de los tortuosos segundos que se sucedieron fueron desapareciendo ante el hermoso recorrido que propiciaban mis recuerdos, llevándome inclusive a mi infancia, en aquella tarde de sábado donde te vi por primera vez, siendo uno de mis primeros recuerdos de niño, donde te contemplé sin emitir sonido alguno. Mis inocentes ojos se vieron maravillados al verte, mientras una emoción incontrolable se iba apoderando de mí, demostrándome que hasta la música misma parecía cobrar vida en tu presencia.
 
Los años, como las horas de aquel martes de mayo en dónde transcurre mi historia, develaban solo noches en vela que pasé observándote en silencio, disfrutándote sin necesidad de mediar palabras, sintiendo, viviendo y reinventando las emociones de las que me invitaste a formar parte.
 
Mucho tiempo transcurrió entre cada uno de nuestros encuentros donde solamente la memoria era suficiente para subsanar la falta; un sonido, una imagen y un recuerdo se vivían con emoción y alegría, así como aquella primera vez, con el tinte de ser siempre una nueva primera vez.
 
Las horas se redujeron a minutos y un sentimiento agridulce inundó mi pecho,  nuestro próximo y tan esperado encuentro sería, sin lugar a dudas, el último. Sin llegar a conocer los acontecimientos que decorarían nuestra noche, mi cabeza no pudo dejar de reparar hasta en el más pequeño detalle. Finalmente mis pasos me llevaron hasta esa habitación, la cual estaba a punto de brindarme el más hermoso de los espectáculos, donde solo pude dejarme llevar.
 
Ahí me encontraba, sentado, esperándote en silencio y con los mismos ojos con los que te vi aquella primera vez, dónde costaba diferenciar al adulto del niño, a las puertas de ese mundo maravilloso que nuevamente, y por última vez, me invitaba a soñar.
 
El reloj marcó las 22 y la habitación comenzó a oscurecerse a la vez que el bullicio desaparecía, como si la luz y el sonido te estuvieran recibiendo con una reverencia, donde tímidamente te di la bienvenida con una sonrisa. En ese momento, y durante las horas que compartimos, el mundo pareció detenerse y éramos solo tú y yo.
 
Como aquella primera vez, volví a contemplarte renovada, embellecida y sin poder expresarte ni una sola palabra, sin necesidad de generar una sola distracción que pudiera quitarme la incontrolable fascinación que me inundaba el pecho. No eran ni siquiera necesarias las palabras, mis ojos podrían haberte gritado por sí mismos.
 
Hubiera deseado que esos últimos minutos duraran para siempre, pero la hora de partir se acercaba y era el momento de decirnos adiós. Tal vez ni el más dulce de los sonetos te hubiera hecho la más mínima justicia en ese difícil momento, donde incontables pinceladas de felicidad y alegría intentaban esclarecer la oscuridad de mi alma, al igual que la de esa sala, que ahora se disponía a despedirte.
 
Recuerdo ponerme de pie con los ojos llenos de lágrimas, sonriendo, y aún sin decir una palabra, agradeciendo que el círculo finalmente estuviera completo y que el camino finalmente llegara a su fin.
 
Podría implorar ahora, tantos años después, que no te hubieras apartado jamás de mi vida, pero feliz de lo que compartimos y de que lo hicieras en el momento correcto. A veces deseamos que algo sea para siempre sin notar que todo tiene un principio y un final, olvidándonos de disfrutar lo que ocurre entre esos dos puntos, sin la capacidad de reconocer que lo ahí transcurrido era la historia que se deseaba contar, justa y perfecta.
 
Lento fue el camino de regreso a casa, con la alegría de haber formado parte de esa historia que una y otra vez volvía a revivir en mi cabeza, donde un principio y un fin lograron enmarcar un largo viaje que fue, en pocas palabras, simplemente perfecto.

lunes, 9 de enero de 2012

Amigo...

Cuantos días han pasado desde la última vez que escuché tu voz, desde la última vez que charlamos, desde la última vez en las que tus palabras cobijaron las mías.

Cuantos recuerdos supiste teñir de cálidos colores, cuantas veces supiste quebrar el silencio con las palabras adecuadas, cuantas veces supiste demostrarme que solo el silencio era lo adecuado.

Cuanto silencio…

Cuantos momentos son los que hoy siento como tuyos, y por dicha del destino terminaron simplemente siendo míos, cuantas palabras se han escurrido a través de las frágiles manos del tiempo, cuantos abrazos te ganaste y, al final, terminé conservando.

Cuanto agradezco los momentos en que estuviste presente, cuanto agradezco cada llamada, cada visita y cada encuentro, cuanto lamento no haber brindado todo aquello que, por derecho, era tuyo.

Cuanto tiempo te he debido estas palabras, cuantas veces te he debido simplemente las gracias.

Cuantas días te he dedicado una sonrisa, cuantos otros te has adueñado de mis recuerdos, cuantas vigilias han transcurrido en tu compañía, cuantas mañanas he deseado que nunca hubieras partido.

Cuantas veces he observado con nostalgia cada una de tus fotos, cuantas otras he vuelto a rememorar las atesoradas experiencias vividas.

Cuantos proyectos supimos construir, cuantas noches en vilo supimos compartir, cuantos amaneceres supimos disfrutar.

Cuantas ocasiones han brillado con tu presencia. Cuantas sonrisas, cuantos abrazos y cuantos reencuentros han llevado tu nombre.

Cuantas enseñanzas nos has dejado, cuanto otras nos seguís brindando hasta el día de hoy.

Cuanto de nuestro presente hemos relegado por un pasado, el cual supiste compartirlo con nosotros. Cuanto futuro estará acompañado por tu luz, por tu calor.

Cuantas despedidas hemos presenciado en tu nombre, cuantas veces te hemos dedicado todo, excepto un adiós.

Cuantas veces demostraste que, simplemente, nunca te fuiste…

Cuanto silencio… cuanta compañía…