"Cada uno es dueño de su silencio y prisionero de sus palabras"

lunes, 1 de abril de 2013

- Sin Título -

Rodeada por una densa oscuridad que invadía su habitación, Paula abrió violentamente sus ojos. No podía diferenciar si ese súbito despertar se debía a la estridente tormenta que azotaba su viejo edificio en medio de la inerte ciudad o si simplemente se trataba de aquella pesadilla recurrente que, noche tras noche, le desbordaba el alma.

Podía sentir el sudor frío sobre su espalda inmóvil, regalo de un cuerpo asustado que parecía haber olvidado el transitar de ese pesado invierno.  No era capaz de recordar ni los atardeceres del anterior verano, ni las suaves brisas del otoño que colaban hojas por la ventana,  solo chirridos,  estremecedores sonidos  y recortes entintados de papel colmados de angustia, como único atisbo de aquella repetitiva pesadilla, que entre despertar y despertar, parecía dejar marcadas en su piel.

Paula se encontraba otra vez sola, solo abrazada por la espesura de una oscura noche, interrumpida por los relámpagos que danzaban en medio de la tormenta y la luz de aquel viejo reloj, que marcaba ya las 4 AM.

-Ya es hora de que vuelva a casa -pensó Paula, quitándose lágrimas rezagadas con el puño de un viejo pijama de Pablo, el cual utilizaba como sustituto de aquella pareja ausente, y que tanta paz le daba durante las duras noches que de aquel gélido mes de Julio.

Pablo siempre volvía tarde, a pesar de las continuas promesas incumplidas de cambiar sus obligaciones para estar más tiempo en casa, y más aún en esas noches, donde las calles solitarias eran testigos de su vertiginoso deambular por la ciudad.

-Me da miedo que conduzcas tan tarde y tan rápido -se repetía constantemente, como si el eco de sus pensamientos la fueran a abstraer de aquella noche que, otra vez, la encontraba sola.

-Siempre me dices que sabes lo que haces, y sabes que yo confío en ti -replicó -solo me gustaría que estuvieras aquí.

Sus pensamientos acariciaron los rincones de cada habitación dentro de ese vacío recinto; fotografías, cuadros, libros, recortes y un balcón, como desgarrador llamado que pugnaba por ser escuchado, y que pedía con ansias mantener aquellos ojos abiertos esperando un retorno que parecía no llegar jamás, sin embargo, tampoco parecían hacer caso a esas suplicas, y nuevamente, volvían a cerrarse.

Silencio…

El reloj marcaba ya las 5 AM cuando la pesadilla volvió a imponerse sobre Paula; los chirridos emanaban cual herida abierta de cada una de las cuatro paredes que la rodeaban. Ni siquiera la tormenta tenía el ímpetu suficiente para ser escuchada esta vez, y aquel viejo papel entintado, sucio y vacío, parecía tener algún mensaje para dar.

Su corazón se aceleró, y en el pequeño espacio que existe entre la vigilia y el sueño, logró dilucidar un sonido que pareció diferente. Era la puerta, reconoció el  inconfundible sonido del robusto llavero que Pablo llevaba siempre consigo. Finalmente, él había llegado a casa.

-Él es predecible –pensó -siempre realizaba aquel viejo ritual cuando llegaba, parecían horas hasta que finalmente se acostara a mi lado.

Identificó el sonido de la puerta mientras se cerraba, utilizando aquel viejo pasador interior, que solo daba seguridad a quien no quisiera pensar en lo contrario. Revisó las ventanas, que estuvieran bien cerradas y no dejaran colarse ni el frío ni la lluvia.

Camino despacio por aquel viejo apartamento en penumbras, pateando cuanto objeto hubiera quedado desperdigado en ese pequeño campo de batalla -es como si tu silencio hiciera más ruido  -se repitió mientras sonreía  y conteniendo el aliento que más tarde arrojaría sobre su nuca.

Escuchó la heladera -él siempre se detenía por un vaso de jugo antes de llegar a la habitación -esta vez acompañado por el sonido de su ropa mojada mientras golpeaba el piso.

-Predecible -y volvió a sonreír.

Con cada uno de sus pasos, ni los nefastos sonidos, ni tampoco los empapados recortes, parecían tener la valentía suficiente para enfrentarlo.

Finalmente, Pablo se acostó. Sin mediar palabra, se acurruco a su lado mientras Paula lo abrazaba suavemente para quitarle los retoños del temible invierno que no eran bienvenidos en su hogar. La tormenta parecía ceder ahora, y fue despedida con un dulce beso que llamaba temerosamente al alba.

-Ya es hora de que vuelvas a casa -dijo Paula suavemente en su oído, mientras una tímida lágrima se dibujaba lentamente sobre su mejilla, para luego caer en aquella cama vacía, solo habitada por ella en un viejo piyama que permitía recordar el calor de aquel cuerpo que hacía tanto se había marchado.

La tormenta se alejaba ya, y el silencio de ese lúgubre lugar, que alguna vez fuera llamado hogar, se vio perpetrado por un llanto desconsolado, triste y apagado, que fue decorando fotografías, cuadros, libros, recortes y un balcón…

-Recortes, aún no se para que he guardado todavía esos recortes -pensó sollozando.

-Él era predecible, predecible hasta que no lo fuiste más -cerró sus ojos y volvió a dormir.

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